Bajo el título de Complicidades, Carlos Marzal reflexiona en el último número de Posdata sobre la obra de César Simón. Aquí reproduzco el texto tal y como ha sido publicado por el periódico Levante-EMV el 24 de marzo de 2011:
"La publicación de una nueva monografía sobre la obra de César Simón es una magnífica oportunidad para regresar a su escritura, a su recuerdo y a su ejemplo, que en mí son una y la misma cosa. El libro del que hablo es Un aire interior al mundo (apuntes de un diálogo inacabado con César Simón), de Begoña Pozo, publicado por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, y es el resultado de una larga dedicación de su autora a la obra del poeta valenciano. (Qué buena coincidencia, por cierto, que los nombres de César Simón y Juan Gil-Albert se vuelvan a unir aquí, ya que tan estrechamente unidos en lo familiar, en lo biográfico y en lo literario estuvieron en vida.) Lo cierto es que este artículo, más que otra vez, debería haberse titulado, seimpre César Simón, porque la altura de su obra lo convierte en uno de los más grandes autores de una gran generación- la del 50: la de Brines y Claudio Rodríguez, la de Biedma y Quiñones, la de Valente y Luis Feria, la de Ángel González, Ricardo Defarges y Caballero Bonald -, a pesar de que en ocasiones los muy despistados no lo incluyan en ciertas antologías y recuentos. Toda la obra de César –sus poemas, su particular novela Entre un aburrimiento y un amor clandestino, sus diarios, sus artículos de periódico- pertenece al universo de la conciencia alerta, del cuerpo pensante –llamémoslo así- que siente el asombro de haber sido arrojado al mundo, a la materialidad del existir. Su actitud es la del contemplador estupefacto ante un universo que resulta sagrado, pero de cuyo centro han huido los dioses. Por eso la literatura de César es la que celebra extrañas epifanías de la realidad que muy pocos observan: las pausas de la vida, las sombras que proyectan sus huéspedes, las inminencias. César es un poeta de los intersticios, de los reversos, de las fisuras del ser y del estar. Francisco Brines emparejaba su inteligencia poética, la temperatura de sus intuiciones, con las de Claudio Rodríguez (con cuya obra nada tiene que ver), porque ambos poseían una “mente mágica”. La magia de la mente de César provenía de un fondo sólo suyo de la intimidad del hombre con el mundo, de una manera reconcentrada, aislada, de vivir, deleitadota de los instantes propios. César fue un ensimismado. Ahora bien, un ensimismado gozador. Un epicúreo a su manera: con la sobriedad y la templanza del senequista que también alimentaba en su persona. César, que era enteramente de este mundo, a menudo parecía no estar en él, no pertenecer del todo al mundo en el que convenimos habitar la mayoría. Tal vez ese extrañamiento privado, junto con su original punto de vista hacia las cosas, le otorguen la mirada que lo convierte en un autor tan peculiar. Fue “un raro”, en el alto sentido literario del término: alguien dotado de una voz propia y exclusiva que supo contarnos su exclusiva y propia aventura de vivir. Un maestro al que siempre regresar para conmovernos y asombrarnos, mediante sus palabras, por el hecho de haber caído en el tiempo."
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