Entre un aburrimiento y un amor clandestino (Denes, Valencia, 2010)



La editorial valenciana Prometeo publicó Entre un aburrimiento y un amor clandestino en 1979. En aquella época su autor ya había dado a la imprenta tres poemarios: Pedregal (1970), Erosión (1971) y Estupor final (1977). La reedición de esta novela tan singular, treinta años después de su publicación primera, concede al lector actual el privilegio de poder acercarse a uno de los textos más desconocidos e interesantes de César Simón. Curiosamente el destino de obra descatalogada lo compartía —hasta hoy— con otra de sus extrañas propuestas narrativas, Siciliana (Mestral, Valencia, 1989). Su segunda novela, quizá la más ajustada convencionalmente al término genérico, fue La vida secreta (1994). Posteriormente sus acercamientos a la narrativa discurrirían por territorios más cercanos a la prosa íntima, la escritura de diario y la ficción autobiográfica en títulos como Perros ahorcados (1997) y En nombre de nada (1998).

La escritura de Simón en su primera incursión en ámbito narrativo la podríamos calificar de ‘anecdótica’ o, recordando las reflexiones de Carlos Marzal en torno a Siciliana, también podríamos aplicar a su propuesta narrativa el concepto de ‘capricho’, ya que «es una forma de definición que nada define». Antes de llegar a dicha conclusión, Marzal apunta los diversos tipos de discursos a los que podría adscribirse la obra y que, sin embargo, quedan huérfanos tras la propuesta simoniana ya que: «no es un diario, pero sus páginas se ordenan cronológicamente […], no es una novela, aunque participa de aquello que algunos han llamado novela lírica; tampoco es un relato, si bien posee un tenue hilo argumental; no es un ensayo filosófico, y sin embargo hay una evidente vocación meditativa en todo el libro; no es poesía, y su intensidad resulta idéntica a la de los mejores poemas; no son poemas en prosa, porque su respiración es demasiado cercana a lo narrativo». Así las cosas, lo que resultará evidente para el lector que se acerque a estas páginas es que aquí los parámetros narrativos clásicos en los que debería incluirse una novela al uso han sido abolidos. Se han borrado las líneas que puedan guiar al lector de forma relativamente cómoda, exigiendo así una perspectiva que esté en constante alerta y que, además, esté dispuesta a interpretar una visión múltiple, caleidoscópica y simultánea de esa convención que hemos dado en llamar ‘mundo’ o ‘realidad’. De este modo nos asomamos casi con vértigo a una novela donde tanto las estrategias de construcción como las de lectura necesitan de una confianza inicial y sostenida, activa y cómplice al otro lado del texto, al otro lado del mundo que es la ficción. Por ello no puede haber clausura, ni frontera, ni límite. En el ámbito de este deslinde borroso y precario, no exento de provocación, en el que se adentra la narrativa simoniana es precisamente desde donde se instauran los vínculos inevitables entre su prosa y su poesía. Toda la escritura de Simón se mueve, efunde, se derrama más allá de cualquier límite discursivo absorbiendo al lector en una acción sostenida que da unidad a un puzzle que se construye a partir de fragmentos (léase también obras) independientes. Pocos elementos en su escritura parecen dejados al azar y, más bien, deberíamos hablar de una sólida estructura donde la desaparición de uno de sus pilares provocaría probablemente un derrumbe, dado que la corriente subterránea que liga la prosa con la lírica simoniana evidencia —como podrá comprobarse a través del texto que ahora ofrecemos— que la interrelación formal y la compacidad temática son dos de las características esenciales de la propuesta estética de este escritor valenciano.

En cuanto a la mención anterior del carácter anecdótico de la prosa de César Simón, es necesario manifestar que la elección del término está basada —si bien no es necesariamente coincidente— en la propuesta originaria del autor quien, en un primer momento, reunió estos textos narrativos bajo el epígrafe Un aire interior al mundo (anécdota). Este título inicial fue sustituido por otro de resonancias cernudianas; sin embargo no fue el único cambio al que se vio sometida esta novela. De hecho, algunos fragmentos inicialmente incluidos desaparecieron —como es el caso de «Interior de una esfera», «Charca», «Funcionar para funcionar», «Ataque de consciencia» y «La solana al fondo»—, mientras que otros fueron incorporados posteriormente —concretamente «Tu ficha personal», «Santuario», «Conversación en la cumbre» y «La ciudad oscura»—. En este proceso de reescritura también fueron obviadas tres de las cinco citas iniciales; de modo que se desgajaron de la redacción definitiva las palabras, que habían sido colocadas a modo de pórtico, de Luis Cernuda, Nemer Ibn El Barud y Vicente Aleixandre. Aprovechando estas breves indicaciones sobre las cuestiones referidas al resultado final de la elaboración y edición de la obra, y para no desatender el imprescindible criterio filológico, diremos que —precisamente por hallarnos ante una reedición y no ante una edición crítica— no hemos considerado oportuno recoger las variantes textuales que se observan respecto al texto mecanografiado original con correcciones autógrafas del autor.

Por último, agradecer a Vicent Berenguer su pasión por esta (y toda la) obra de César Simón, puesto que sin su perseverancia no verían hoy la luz estas magníficas y delicadas prosas. Quizá tampoco habría regresado quien suscribe estas líneas con tanta atención sobre ellas, por lo que considero igualmente necesario sumarme a este público reconocimiento. En este sentido, no deseamos acabar este breve prólogo sin recordar que la nueva edición del texto es un paso fundamental para la recuperación de una de las voces más singulares de la literatura española de finales del siglo veinte. Por todo ello tenemos el convencimiento de compartir la alegría que supone la presente edición puesto que permite tanto a los nuevos lectores como a los declaradamente simonianos disfrutar de un verbo certero, pulcro y contenido; de la deliciosa fusión entre el paisaje y la conciencia de habitarlo; de la celebración continua de la existencia; de la impactante originalidad marcada por la perspectiva de un «filósofo de la naturaleza» cuya sensibilidad, como el mismo Simón apuntara en su semblanza de Juan Gil-Albert, era la de un escritor especulativo, universalizante y metafísico. Que disfruten.

[Prólogo de Begonya Pozo a la edición publicada por Denes en octubre de 2010]